DAIMIEL, un lugar de la Mancha de cuyo nombre quiero acordarme.
- Ángel Galeote

- hace 5 horas
- 4 Min. de lectura

Comida gourmet: el lujo que antes era cotidiano:
Hay sabores que despiertan la memoria y el cuerpo los reconoce solo con probarlos.

Hace cuarenta o cincuenta años, los alimentos más frescos y auténticos formaban parte de la vida diaria: quesos hechos en el pueblo, verduras recogidas de la huerta, pan con aroma intenso y sin prisas.

Hoy, paradójicamente, esos mismos productos han pasado a considerarse “gourmet” y parecen reservados a unos pocos, como si alimentarse bien fuera un privilegio y no un derecho.
La proliferación de comida procesada, aderezada con aditivos y conservantes, ha cambiado más que nuestro gusto: ha transformado nuestra relación con la alimentación.
Cada vez resulta más frecuente encontrarse ante quesos que parecen plástico o platos que ni siquiera los animales aceptarían, mientras la publicidad bombardea con la idea de que lo mejor está en lo artificial.

Sin embargo, los pequeños productores y familias que siguen apostando por lo artesanal saben que hay algo que no pueden engañar: el instinto del cuerpo. “Puedes sugerirle al cerebro que lo industrial es mejor, pero si pruebas un verdadero alimento fresco, sin trampa, todo tu organismo lo nota”, cuentan agricultores de la España rural.

Ellos lo ven en cada feria: los jóvenes, acostumbrados a lo ultraprocesado, redescubren el placer de lo simple y real con solo un bocado.
Recuperar los productos de antes no es nostalgia ni moda, sino una forma de reconciliarse con la salud y con la memoria de quienes, sin buscar lujos, sabían cuidarse cada día.
Los llamados productos gourmet, en realidad, solo son la comida de nuestras abuelas.

Kilómetro cero: el encuentro que reavivó la gastronomía manchega, Ciudad Real, Daimiel.
Una comida que nos llevó a aquellos maravillosos años donde el agricultor era quien decidía que se ponía en la mesa y la abuela lo seleccionaba en el mercado..

Una mesa esperaba a los invitados en la Neotaberna de Rufino Ruiz, donde el aroma del buen vino y el corte afinado del jamón ibérico de bellota de Guijuelo que se deshacía en la boca liberando el perfume de las dehesas, anunciaba que algo especial estaba a punto de suceder.

Lo que parecía una comida informal entre productores locales acabaría marcando un antes y un después: el nacimiento de un proyecto común en torno a kilómetro cero y la defensa de una gastronomía auténtica, sana y accesible, esa que algunos llaman gourmet, pero que debería pertenecer a todos.

El ambiente lo cuida Rufino, tabernero experto y anfitrión involuntario, verdadero protagonista de la jornada.

Su carisma y templanza se reflejan en cada plato y en las miradas de un equipo que transmite hospitalidad y oficio. Y sobre todo por la distinción obtenida con la certificación Km0.

Un camarero como Kevin apenas necesita presentación: su atención silenciosa y profesional, digna y a la altura de un gran metre basta para asegurar que la experiencia estaba en buenas manos.

Poco a poco, los representantes de la tierra van ocupando su lugar en la mesa.
José, de Conservas El Lobo; Elena Hernández, de Arte Licor; Navalon, de Unic y Magic ,distribuidora valenciana—; Cristina Chacón, de Quesos Cabesota; Adrián Pablo, de Hacienda Albae; Javier Prieto y Antonio Moreno, de Dehesa Zacatena Queso Ecológico Manchego;

Juan Ramón Jiménez, de Veleto by Sangre Hispana, que aportó una joya líquida con su vermut; Veleto.

David Camuel, gerente de PackCompany; y, por supuesto, los anfitriones Palacio de los Olivos (Almagro), cuya elegancia en mesa deslumbró a todos.


A esta lista se suma Promotora España Ocio, empresa oficial de Eurogreen Label Madrid, y el artífice de todo el encuentro: Don Carlos Jimeno, director de KmO y ferviente defensor de la Marca España.


El metre marca los tiempos con precisión, mientras pasan aceites dorados de Palacio de los Olivos, que brillan como un sol líquido sobre el pan recién cortado;

quesos artesanos de corte rotundo y sabor profundo que evocan praderas y pastores; y vinos de Hacienda Albae, que llenan las copas con aromas de fruta madura y madera noble.

Todo marida con los platos esenciales de la cocina manchega y el inconfundible sello de Rufino.

Las berenjenas embuchadas de Almagro, con su toque avinagrado y especiado, despiertan el paladar con carácter y tradición.

Los quesos de Quesera Zacatena y Cabesota, con su textura firme y su sabor intenso, hablan del paisaje seco y luminoso de La Mancha.

Le sigue el paté de perdiz manchega, untuoso y delicado, acompañado de mermeladas caseras que equilibran el gusto entre lo dulce y lo salvaje.

Las gachas de pito manchegas, humildes pero sabias, llegan con su guarnición de torreznos crujientes, rescatando el espíritu campesino de la región, bañado con un chorrito de aceite Palacio de los Olivos.

Y el lomo de ciervo al cencibel, jugoso, perfumado con vino tinto, corona la experiencia con la elegancia de la caza y el alma rústica de la tierra.

Pero Daimiel cocinaba algo más que alimentos. De aquella comida nacieron acuerdos, proyectos y nuevas ideas para fortalecer el presente y el futuro de los productos locales.

Los productores, restauradores y bodegueros conspiraron para que lo auténtico volviera a ser cotidiano y accesible para todos.

Aquel encuentro no fue solo una comida de negocios, sino el compromiso de devolver a la sociedad —y especialmente a los jóvenes— el derecho a una gastronomía real: la que nace de la tierra y se sirve con amor.

Un pequeño paso en Daimiel, un gran impulso para una tradición que, desde Castilla-La Mancha, busca conquistar el futuro de la mesa española.

Agradecimiento especial a Restaurante Rufy´s:
VELETO: Sin duda para mi, el mejor vermut del mundo.


Continuará....

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